jueves, 8 de octubre de 2009

SUCEDIÓ EN SONORA - LAS MINAS DEL CERRO BLANCO

EN JUNTA DE GUERRA celebrada en la ciudad de México, el 22 de diciembre de 1766, bajo la presidencia del virrey marqués de Croix, se decidió el envío de una poderosa columna expedicionaria a la provincia de la Sonora; su objetivo era auxiliar a las tropas locales para sofocar las constantes rebeliones de las indómitas tribus apaches, seris y otras, que habitaban en la parte media y norte de la región, asolando con sus robos y crímenes los ranchos y haciendas sonorenses.

Con la cooperación económica de los comerciantes de la ciudad de México y pueblo en general de las provincias de Veracruz, Oaxaca, Durango y Sonota, se logró reunir la entonces respetable suma de $288,744.77, que agregada a las provisiones de boca y caballos aportados por las misiones jesuitas del noroeste, hizo posible la realización de la llamada "Expedición de Sonora".

A principios de 1761, salió la vanguardia de la expedición de la capital del virreinato, arribando a Guaymas en mayo siguiente. En el puerto sonorense, previamente se había explorado la bahía y construido algunas edificaciones que sirvieran de alojamiento a las tropas.

Logró la "Expedición de Sonora" algunos triunfos parciales, como la derrota infligida a los seris en el cañón de La Palma y el Cerro Prieto. Cuando se aprestaba a marchar al norte a buscar a los apaches en sus propias madrugueras, estalló la guerra entre Inglaterra y España, recibiéndose la orden de regresar a la capital mexicana. Obviamente, el retiro de las tropas expedicionarias a principios de 1771, produjo la reanudación de las correrías de los salvajes.

Dejemos a don Francisco R. Almada que con su Diccionario de Historia, Geografía y Biografía Sonorenses, nos permitió realizar esta apretada síntesis de aquel esfuerzo guerrero, para, apoyándonos ahora con el doctor Fernando Ocaranza y sus Crónicas y Relaciones del Occidente de México, agregar que "Don Juan Pujol fue sargento de la Expedición de Sonora en el siglo XVIII. Con el auilio de un indio, descubrió unas minas en EL CERRO BLANCO, FRENTE A LAS TETAS DE CABRA, PUNTO MUY CONOCIDO DE LA COSTA SONORENSE..." (Mayúsculas de JRC).

Pujol y Masmitja, logró que el 17 de enero de 1777 su católica, cesárea y bondadosa Majestad, don Carlos III de Borbón, rey de España, se dignara dictar sus Reales Ordenes dirigidas a don José de Gálvez, comandante general de la Sonora, para que el viejo sargento catalán "se presentase con disposiciones y gentes en la mejor condición, para poblar y trabajar las minas y beneficiarlas..."

Don Juan, acompañado de su hermano Francisco, su cuñado José Basols y 31 personas más, entre hombres mujeres y niños, emprendió su aventura americana. Un cerrajero, un cirujano, un cordelero, un carpintero, un albañil y cantero, un barbero y sangrador entre otros practicantes de diversos oficios iban con él. Hilo de seda, guantes, enaguas, camisas para hombre y mujer, cinta de seda, agujas, tijeras, navajas, 100 quintales de fiero bruto y 15 de acero para la fabricación de las herramintas constituían su abigarrado equipaje; no podían faltar desde luego cincuenta escopetas de a vara, 25 pares de pistolas y cincuenta sables, para "lo que pudiese ofrecerse".

Tuvo el señor Pujol que vencer múltiples contratiempos y quebraderos de cabeza, inclusive un conflicto obreropatronal, pues sus acompañantes le exigieron aumento de sueldo; sin embargo, teniendo el tesón y el entusiasmo característicos de aquellos primeros colonizadores hispaos, no hubo poder humano que lo detuviera. Atestiguaron su marcha, ya en Nueva España, la ciudad de México, Aguascalientes, Fresnillo, Guadalajara, Tepatitlán, Zapotlán, Nombre de Dios y el puerto de San Blas, en done embarcaron en una nave que fue facilitada por don José de Gálvez, "para desembarcar en el puerto de San José de Guaymas, por el mes de agosto de 1779, con pasaporte que firmó en Chihuahua el Caballero de Croix".

No asienta el galeno Ocaranza en su valiosa obra, si finalmente don Juan y compañía trabajaron las minas del "Cerro Blanco"; pero insisto en mi suposición: la tozudez y la entrega de los hijos de la Madre Patria era proverbial; entonces, lógicamente concluiré que no viajaron por medio mundo para desistir a la vista ya de su destino, y menos aún si consideramos que contaban con la simpatía de las autoridades sonorenses, tanto así que don Pedro Corbañán, el intendente, auxilió a Pujol con 2,000 pesos al considerar de "gran utilidad la colonización catalana para explotar en debida forma los placeres del oro y minas de plata..."

* * * * *

MUCHO TIEMPO Y DEDICACIÓN tuvo que emplear aquel vecino de Empalme para lograr su objetivo. Con la exquisita paciencia con que una araña teje su red para atrapar a su presa, acometió la tarea. Se ganó primero la amistad y la confianza del yaqui, que, como de antemano sabía, era conocedor del sitio en que se encontraba un tesoro oculto y... ¡al ataque! Cada petición en el sentido que le revelara el sitio del entierro, se estrellaba en la sólida negativa del aborigen, que se nutría seguramente, en el pavor ancestral que sienten estas gentes por descubrir este tipo de secretos que, creen, sin lugar a dudas, les causaría muerte.

Ya flaqueaba el empalmense en su empresa, cuando sorpresivamente el yaqui aceptó guiarlo, no sin poner las condición de que fueran acompañados por uno de sus compadres. Nuestro personaje asintió, logrando a la vez la aprobación del aborigen para invitar a un amigo.

Y los cuatro, a bordo de una camioneta, enfilaron rumbo a San Carlos, muy lejanos de presentir siquiera el dramático final de su aparentemente inofensiva aventura.

Subieron, a las faldas de cierto cerro "FRENTE A LAS TETAS DE CABRA, PUNTO MUY CONOCIDO DE LA COSTA SONORENSE..." en un sitio determinado, el yaqui removió la tierra quedando al descubierto una puerta que, al abrirse, descubrió a la vez un sotano de regular tamaño, excavado en la roca, al que se ajaba por escalones del mismo material trabajados así a propósito. Agotados ya los naturales y entusiastas comentarios que provocó el singular hallazgo, uno de los indios bajó por la escalinata de objetos que veía, cayó al suelo dando claras muestras de asfixia. Desesperado su paisano bajó a auxiliarlo, pero momentos después salió rápidamente mostrando los mismos síntomas de su compadre, y asegurando que éste había muerto.

La salud de aquel infeliz se deterioraba rápidamente; los "de razón" cerraron la puerta del sótano, cubriéndola apenas de tierra y ramas, emprendiendo veloz retirada para procurar ayuda médica para el enfermo. Entre ayes de dolor y accesos de vómito, el aborigen les relató, ya a bordo del automóvil, que en aquel sótano logró ver unos baúles, y recargadas en las rústicas paredes, armaduras, lanzas y arcabuces.

A la vista ya de la carretera internacional, donde entronca con el camino vecinal de San Carlos, los dos empalmenses advirtieron que su compañero había pasado a mejor vida. Se salieron de la cinta asfáltica, y, bien sea por la confusión natural del tremendo momento, por la ignorancia o por lo que haya sido, lo cierto es que tomaron una decisión descabellada y la llevaron a la práctica: a la sombra de un pequeño mezquite, abandonaron el cadáver que transportaban y continuaron su vertiginosa retirada, que a esas alturas era ya verdadera huida, no parando hasta sus respectivas casas en donde se encerraron a "piedra y lodo".

Pasaron los días entre la natural zozobra de que en cualquier momento irrumpiera la policía y los aprehendiera acusándolos de un doble homicidio, y... ¡nada! O casi nada: la noticia escueta en un periódico de Guaymas referá que "el cadáver de un desconocido fue localizado en el camino vecinal de San Carlos", creyéndose que fue uno de tantos infelices dementes que por allí vagan, suponiéndose que murió insolado. Pasaron los meses y uno de los dos supervivientes también falleció. Pasaron los años, y el último del desgraciado cuarteto relató los pormenores de esta desventurada aventura a un conocido vecino del centro rielero sonorense, al tiempo que lo animaba a buscar aquel sótano y los baúles, cuyo contenido fácilmente pudiera suponerse. Este, buscó y rebuscó en el cerro descrito en el relato y nunca halló nada. No pudo tampoco convencer a su informante de que lo acompañara en la búsqueda; siempre que lo invitó, juraba no pararse jamás en aquel maldito lugar... ¡ni de lejos!

* * * * *

MUCHAS PREGUNTAS QUEDAN, así entonces, flotandoen el aire: ¿todo esto es ficción o realidad? ¿Lograron trabajar las minas del Cerro Blanco, Juan Pujol y sus gentes?; de ser así, ¿visitaron nuestros infortunados personajes el almacén secreto de los mineros catalanes?; si así fue: ¿Por qué Pujol abandonó esos elementos tan valiosos en aquellos tiempos y lugares? ¿Muerte súbita?; ¿huida intempestiva y violaneta?... ¡Quién sabe!

Recordemos que al retirarse la Expedición de Sonora, en los primeros días de 1771, muy pronto se sintió la falta de aquellas fuerzas, y los indios retomaron el camino del robo, la violencia y la sangre...



Sucedió en Sonora
Juan Ramírez Cisneros
Pág. 19 a 25

1 comentario:

VICTOR HUGO dijo...

HOLA BUENA HISTORIA UNA PREGUNTA CUAL SERIA EL SERRO BLANCO EL QUE ESTA ENFRENTE DEL CERO EL QUE ESTA MOCHADO PARA HACER LA CARETERA A SAN CARLOS A LA QUE ESTA A UN LADO SALUDOS TENGO UN BLOG SE LLAMA BUSCADORES DE TESOROS TOPOS DE GUAYMAS SALUDOS